Más tarde, en el 800, aparece Carlomagno, artífice del renacimiento carolingio. El emperador recurrirá a los abades, a los monjes y al clero en general, de modo que la iglesia es el centro vital del Imperio. Aumenta el fervor popular y con él se multiplican las comunidades religiosas, por lo que se requieren construcciones más amplias, pero antes hay que resolver los problemas técnicos. También es necesario transformar la basílica romana para ampliar el espacio destinado a acoger a las enormes multitudes que llegaban a venerar a los santos, para lo cual se habilitaron tribunas por encima de la nave y un deambulatorio que permitía circular alrededor del coro y facilitaba el acceso a las pequeñas capillas que había en torno al mismo. Finalmente, se impondrá el crucero, que dará a la iglesia la forma de cruz latina.
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