En China, como en muchos otros países, la relación del hombre con las divinidades se realizaba, sobre todo, a través de los ritos funerarios, ya que, según sus creencias, después de la muerte, los hombres, y particularmente los reyes, príncipes o cualquiera que hubiera alcanzado la gloria durante la vida, se transformaban en espíritus que merodeaban en torno a los vivos, proporcionándoles beneficios o desgracias, según los casos. Para congratularse con estos espíritus era muy importante que el paso al más allá se realizara con el máximo fervor y suntuosidad. De aquí la importancia de las tumbas en las sociedades antiguas, ya que representaban las moradas para la eternidad. Estas tumbas se edificaban con un cuidado especial y, como en el caso de las pirámides de Egipto, muchas de ellas se emplazaban en lugares aislados con el fin de que los muertos no fueran molestados en su descanso. Para los arqueólogos, la dificultad estriba en localizar estos emplazamientos, lo cual se ha producido, en muchas ocasiones, por mero azar.
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