El barroco: un arte basado en la ilusión

El Ermitage

Construido cerca de Bayreuth, ciudad donde se levantó el célebre teatro wagneriano, el palacio del Ermitage contiene riquezas barrocas que no podríamos suponer al contemplar su aspecto exterior. Junto al palacio propiamente dicho hay una abadía austera que guarda tesoros escondidos: un patio, a través del cual se llega a las habitaciones, da a una larga serie de salones, cada cual más hermoso, que desembocan en una habitación extrañamente decorada: sobre un fondo ocre amarillo desvaído, cubriendo las paredes, hay miles de espejitos rotos de todas las formas posibles que devuelven una imagen truncada de las personas y de las cosas, de la luz y de sus reflejos. El techo está cubierto de estucos en relieve y el acceso a estas pequeñas maravillas no es menos sorprendente: una fuente proyecta un chorro divergente en todas las direcciones, sosteniendo una corona principesca y extendiéndose en un patio pavimentado con conchas, cuyos muros, también cubiertos de conchas, representan motivos y relieves dignos del más clásico de los barrocos. Molduras de estuco enmarcan medallones con las iniciales principescas grabadas en conchas rojas y blancas. La fachada del palacio brilla con todo su esplendor: paredes de cristal de roca, blancas y azules, de conchas de mármol rojas y blancas, de lapislázulis, dibujando los motivos en colores. Bustos de plata maciza coronan las columnas, proyectando alrededor los reflejos del sol sobre los mármoles de los parterres.

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