El lenguaje

El lenguaje animal y el lenguaje humano

Cuando alguien habla del «lenguaje de los colores», «de los olores», etc., es porque supone una intención comunicativa. En los códigos sistematizados, como pueden ser el alfabeto Morse o el código de la circulación, hay una intención comunicativa también. Pero no podemos decir que todos los sistemas de comunicación, por el simple hecho de serlo, supongan un lenguaje.

¿Y en los animales? ¿Pueden poseer un lenguaje? El problema del lenguaje animal empezó a preocupar a los filósofos y científicos de los siglos XVII y XVIII que fueron los primeros que se aproximaron, de una manera más o menos científica, al mundo animal. Actualmente, asistimos a un replanteamiento de este viejo problema no resuelto definitivamente todavía; las nuevas y brillantes investigaciones, que han permitido aumentar nuestro conocimiento de las otras especies, posibilitan que el dilema sobre la posesión o no del lenguaje por parte de los animales se ajuste a unos términos más científicos.

Por el momento ha sido imposible establecer con seguridad si las demás especies animales disponen de un medio de comunicación, aunque sea muy simple, que tenga los caracteres básicos del lenguaje humano y realice las mismas funciones. Pero hagamos un pequeño recorrido histórico para conocer el desarrollo de las investigaciones sobre este interesante tema.

Durante los siglos XVIII y XIX se subvaloraron mucho las posibilidades comunicativas de los animales. El hombre era demasiado orgulloso para admitir que otras especies se comunicaran y, por lo tanto, despreciaba los datos empíricos que la simple observación le prestaba. Hasta que Darwin no promueve sus teorías evolucionistas, no sin tener que luchar contra el conservadurismo científico de la época, no se empieza a vislumbrar la posibilidad de que otros animales, como las abejas y los monos, tuvieran entre sí una comunicación.

Darwin y sus seguidores, al estudiar el conjunto de las especies animales, vieron que las diferencias entre éstas y el hombre no eran tan radicales como se había pensado hasta entonces. El progreso del conocimiento científico les reveló que en muchos aspectos sólo había diferencias de grado donde sus antepasados vieron diferencias de clase. Uno de estos aspectos fue el lenguaje, y los evolucionistas pensaron que las diferencias entre el lenguaje animal y el humano sólo eran cuestión de grado, es decir, que no constituían dos realidades ajenas entre sí sino una sola matizada de diferente forma.

La contemplación del mundo animal nos evidencia la existencia de una comunicación entre los animales, y una comunicación, además, que influye en sus respectivos comportamientos. Los zoólogos actuales han llegado a la conclusión de que sin comunicación no hay vida. Todas las unidades orgánicas presuponen cierta comunicación. Un agregado de células se convierte en organismo en la medida en que las células pueden influenciarse mutuamente; de hecho se ha comprobado hasta en los protozoos un intercambio de «señales».

Estas investigaciones han tenido como una de sus consecuencias la creación de una nueva rama científica denominada Zoosemiótica, que, como se propio nombre indica, está a medio camino entre la zoología y la semiótica. Esta novísima rama científica, todavía en los albores, tiene como principales objetivos:

a) un mejor conocimiento de la comunicación entre los animales.

b) confrontación de ésta con la comunicación humana.

El estudio de la organización social y de la comunicación animal es un mundo interesante siempre por sí mismo, pero resulta todavía más interesante porque. para descubrir la función del lenguaje humano hay que averiguar cuál sería la comunicación de nuestra especie antes de poseer el lenguaje. Por ello es necesario recurrir a la observación comparativa, estudiando la conducta de los animales más íntimamente relacionados con el hombre, como, por ejemplo, el chimpancé. Tal vez este planteamiento sea un poco simplista, pero puede resultar práctico.

El profesor Karl von Frisch publicó, en el año 1950, un libro que recogía toda la labor investigadora que había emprendido durante más de treinta años. Este, actualmente famoso profesor de Zoología, había observado en una colmena transparente el comportamiento de una abeja que vuelve con su botín de polen o néctar. La reacción de sus compañeras es rodearla inmediatamente, tendiendo las antenas hacia la recién llegada y recogiendo con cuidado el polen o el néctar. Una vez realizada toda esta operación, la abeja que ha descubierto el lugar donde están las flores realiza una danza rodeada de sus compañeras: en este momento se establece la comunicación. En su baile aéreo traza unos círculos horizontales que van de derecha a izquierda e inversamente; o bien, agitando simultáneamente su abdomen, marca en el aire una figura parecida a un 8: va derecha, traza un círculo girando hacia su izquierda, corre de nuevo en dirección recta y traza otro nuevo círculo al girar hacia la derecha. Tras esta serie de bailes, una o varias abejas de la misma colmena que han observado lo anteriormente descrito salen y llegan al mismo lugar visitado por la abeja descubridora. Posteriormente, al volver cargadas de polen o néctar, ejecutan de nuevo danzas similares ante las demás compañeras.

El profesor Von Frisch tuvo la inmensa paciencia de observar estas operaciones miles de veces, y con un rigor admirable pudo deducir que estos bailes que hemos descrito comunican la situación del azúcar. Estableció que el círculo significaba que el lugar se encontraba cercano, menos de cien metros; el 8 indica que el néctar estaba situado entre cien metros y seis kilómetros. Ahora bien, estas distancias quedan más precisadas en razón inversa entre el trayecto y las figuras que traza en un tiempo determinado: dos vueltas para seis kilómetros, siete vueltas para doscientos metros, etc.

Estos resultados pueden ser discutidos, pero no cabe duda de que por primera vez nos encontramos con un lenguaje animal verificado de una manera científica. De lo antes descrito podemos deducir la existencia de un mensaje que sería la indicación del lugar donde está el néctar; un código formado por el conjunto de las figuras trazadas en el aire; hay un emisor en la abeja descubridora y un receptor con memoria de experiencia y la suficiente capacidad de interpretación de un signo que envía directamente a un cierto referente.

A estas investigaciones tan valiosas podemos añadir las realizadas con otras especies animales, como el chimpancé y el delfín, que han obtenido igualmente resultados muy brillantes.

Pero es evidente que, por muy avanzadas que estén las posibilidades comunicativas en determinadas especies animales, siguen existiendo importantes diferencias con respecto al lenguaje humano. Las abejas establecen una relación a través de un comportamiento somático expresado en forma de baile; sin embargo, el lenguaje humano no sufre este tipo de limitación, porque además de ser principalmente oral y vocal, también es gestual o mímico, por lo que resulta mucho más variado en cuanto a medios de comunicación. Por otra parte, en la relación establecida entre las abejas no hay ningún tipo de respuesta: no hay diálogo, ya que solamente la abeja descubridora transmite el mensaje. Esto motiva que consideremos que la «comunicación animal» es muy incompleta al faltarle el carácter dialógico y ser, en definitiva, una transmisión de información realizada de forma unilateral.

Cuando se habla de las diferencias entre el lenguaje humano y la «comunicación animal» las opiniones se agrupan en dos grandes posturas:

a)  El lenguaje humano es un sistema de comunicación completamente diferente del usado por los animales.

b) El lenguaje humano es una etapa más de una cadena de sucesiones, estando las demás especies en etapas inferiores de la misma cadena (teoría evolucionista).

Representado gráficamente sería:


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