El milagro griego: Atenas

Del gran reportaje a la gran historia

La prosa literaria se fue forjando poco a poco en Jonia y en Sicilia, a partir del s. VII, con las máximas de los «siete sabios» y las fábulas de Esopo (reeditadas en el VI), con los escritos de los primeros pensadores, de Tales a Pitágoras y Parménides, y con las crónicas ciudadanas y familiares. Sin embargo, la primera obra de envergadura es la de Herodoto (hacia 484-425), explorador curioso del mundo antiguo, quien, en sus Historias, expone el desarrollo de las guerras médicas, de las victorias de Ciro a la derrota de Jerjes. Herodoto, un enamorado de lo maravilloso y etnólogo avant la lettre, nos ha dejado un irreemplazable reportaje sobre los pueblos del mundo conocido entonces. El punto de nacimiento de la historiografía es la Historia de la guerra del Peloponeso, en la que Tucídides (hacia 460-396) narra las guerras fratricidas que opusieron Atenas a las ciudades griegas del sur, entre el 431 y el 411. Tucídides es un modelo de método historiográfico y de inteligencia de los acontecimientos, pensador agudo, psicólogo, escritor de frase densa y luminosa. La excepcional altura de esta obra ha hecho palidecer la de Jenofonte (430-355), su sucesor y, por tanto, deudo, que, sin ser un escritor genial, cultivó diversos géneros literarios y mantuvo una viva preocupación por los problemas de la época; su obra Las helénicas prosigue la historia de Atenas desde el año 411 hasta el 362.

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