Pierre Corneille (1606-1684), cuya genialidad dominó la escena francesa durante cerca de 40 años, escribió sus primeras obras en el momento en que Richelieu se propuso devolver a los franceses el sentimiento de grandeza. Corneille, hombre de ideas avanzadas, se negó a centrarse en un único género; haciendo prueba de constante originalidad, escribió tanto comedias (Melita, El mentiroso) como tragicomedias o tragedias puras. Sus comedias heroicas (Don Sancho, Pulchérie) anuncian ya el drama moderno, mientras quo sus obras con tramoya (Andrómeda) prefiguran la ópera. En 1636, El Cid, una tragicomedia cuyo argumento es puramente novelesco, le dio la fama e inauguró una serie de obras maestras trágicas: Horacio, Cinna, Polieucto (1640-1642) en las que somete su técnica dramática a las severas exigencias de la nueva doctrina de las tres unidades. La tragedia corneliana está hecha para exaltar, y no para enternecer y aterrorizar. Establece una cierta concepción del héroe, un personaje fuera de lo común para quien la preocupación por el bien público y la grandeza deben estar por encima de la pasión amorosa y cuya suprema razón para actuar es alcanzar la gloria, sentimiento en el que se mezclan el orgullo y el dominio de sí mismo.
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