El origen del volcanismo y sus aspectos Cuando en la corteza terrestre se producen fisuras lo suficientemente profundas (a veces de hasta 100 y 200 Km), el magma, es decir, las rocas fundidas, sube hasta la superficie. Estas fisuras deben permanecer abiertas mucho tiempo para permitir la ascensión de los magmas que son, por lo general, viscosos, lo que significa que el volcanismo se sitúa en las zonas de la corteza sometidas a fuertes tensiones. Estas condiciones de tensión se dan en dos tipos de regiones: en primer lugar, a lo largo de las cordilleras dorsales oceánicas, desde donde divergen las placas, y, en segundo lugar, detrás de las zonas de enfrentamiento de las dos placas litosféricas (arcos tectónicos de las Antillas, del Pacífico, etc.). A estos dos tipos de regiones corresponden dos tipos de volcanismo. El primer tipo, de fundamental importancia para la evolución del globo, es poco violento y esencialmente submarino; el segundo, mucho menos importante, es subaéreo, fuertemente explosivo y, por consiguiente, peligroso para el hombre. El volcanismo se manifiesta asimismo en el interior de las plataformas continentales. Puede entonces ser «fisural»: lavas muy fluidas se derraman por las fisuras de la corteza, es el caso de las corrientes del Dekkan en la India; puede también estar vinculado a sistemas volcánicos más complejos que se desarrollan en ciertas zonas de fragilidad de la corteza, como sucede con los volcanes del Macizo Central francés. Existen también guirnaldas de islas volcánicas situadas sobre el suelo oceánico alejadas de las zonas de tensión y que están vinculadas a los puntos calientes. Este es el caso de las islas o islotes Emperador, Hawai, o de las islas de la línea Tuamotu, todas ellas en el Pacífico.