La expansión progresiva

Poco a poco, el hombre aprendió a obtener sus alimentos de un suelo áspero con la ayuda de la labranza, de determinadas técnicas, como la irrigación, o con la utilización de abonos: estiércol, margas, calizas, etc. Tras estos avances se produjo la selección de las plantas más productivas, que se convirtieron en alimentos fundamentales. El trigo, de origen mediterráneo, conquistó todas las tierras fértiles de los valles y llanuras europeas, sustituyendo a cultivos anteriores, menos alimenticios. El arroz, planta de tierras pantanosas, de origen indio, invadió las tierras bajas de los países del Sudeste asiático, expulsando de ellas el mijo. El cultivo se dispone en terrazas que permiten aprovechar las laderas de los valles asiáticos, una vez que éstos pudieron irrigarse convenientemente. El maíz y la patata continuaron siendo los productos básicos de los pueblos del continente americano. Pero, con la llegada de los españoles, a partir del s. XVI, se abre un período fructífero de intercambios: el maíz se implantará en Europa, donde incluso llegará a convertirse en plato nacional de algún país (la polenta de los italianos del Norte); la patata, introducida desde 1550, pero cultivada masivamente dos siglos más tarde, permitirá evitar gran número de oleadas de hambre. Los españoles, por su parte, llevan a América el trigo, el centeno, la cebada, la avena, la caña de azúcar (procedente de Nueva Guinea), así como el arroz y el algodón (originarios de Asia). En Africa, el mijo y el sorgo, cereales pobres, no permitían el desarrollo de una fuerte densidad de población; pero, al final del s. XIX, la colonización modificará esta agricultura y la de otros países colonizados, creando, sobre todo, monocultivos especializados que, poco a poco, se irían mecanizando.