La magia, los ritos y la muerte

Los testimonios dispersos y aislados

Los arqueólogos que, en los años de la década de 1960, descubrieron ciertas pinturas del emplazamiento neolítico de (atal Hüyük, en Anatolia, se llevaron una sorpresa terrible: en pocas horas, las pinturas se atenuaron hasta desaparecer. Por razones de conservación, ha surgido recientemente la necesidad imprescindible de cerrar la gruta de Lascaux y de limitar al máximo las visitas a las cuevas de Altamira. Estos ejemplos bastan para mostrar hasta qué punto la pintura, dada la naturaleza perecedera de los materiales con que se realiza (pigmentos vegetales, una simple superficie de arcilla o una placa de madera como base), es un arte frágil. Esta fragilidad es lo que explica las pérdidas irreparables. Los primeros arqueólogos que excavaron algunos asentamientos no supieron preservar ni relevar con exactitud las pinturas murales y hay que contentarse, pues, con relevamientos incompletos. Algunos pocos fragmentos proporcionan un testimonio de conjuntos importantes, como los de los palacios de Mari en el caso de la civilización sumeria o de Til Barsip en el mundo asirio. La pintura griega, con excepción de la de los vasos, ha desaparecido casi por completo y habría que ver qué hubiera sido de Roma en el caso de que Pompeya no hubiera quedado sepultada. Sólo se han preservado los lugares de acceso difícil o disimulados voluntariamente: santuarios religiosos o monumentos funerarios. De lo que se deduce que la religión y la muerte presiden los primeros milenios de la pintura.

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