La Vía Láctea y nuestra Galaxia

Al descubrimiento de las nebulosas

Cuando dispusieron de telescopios de mayores dimensiones y aprendieron a analizar la luz, los astrónomos se percataron de que no todas las nebulosas son aglomeraciones de estrellas. Algunas son grandes nubes que las estrellas vecinas hacen luminosas. La gran nebulosa de Orión, situada en la Espada, por debajo del Cinturón de Orión, es la nebulosa gaseosa más fácil de observar: basta con disponer de un par de gemelos. Algunas nebulosas son oscuras; constituidas por finas polvaredas sólidas que absorben la luz, ocultan el resplandor de las estrellas situadas detrás. Cuando la noche es clara, si nos alejamos de las luces de las ciudades, podemos ver una banda luminosa que atraviesa el cielo. Los antiguos la habían llamado la Vía Láctea, y Galileo, con su anteojo, descubre que está formada por una multitud de estrellas que era imposible distinguir, individualmente, a simple vista. Conocida en el lenguaje popular como Camino de Santiago, la mitología atribuía el origen de la Vía Láctea al hecho de que la diosa Juno dejara caer unas gotas de leche de su seno, mientras daba de mamar a Hércules (uno de los grandes héroes mitológicos).

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