Cazadores de animales salvajes y recolectores de vegetales ante todo, sin practicar la agricultura ni la ganadería, los aborígenes han aprendido a conocer perfectamente la Naturaleza. En efecto, resulta vital para un cazador-recolector no ignorar ningún aspecto de los ciclos de los fenómenos naturales, de las costumbres y del comportamiento de los animales y de las plantas que componen la fauna y la flora de su territorio. Así, el aborigen lee en la Naturaleza como en un libro abierto, pues se le ha enseñado todo sobre ella desde su nacimiento. Sabe reconocer perfectamente las señales (huellas, olores, ruidos) que revelan la presencia de cuanto vive y se desplaza, lo que le permite detectar cada elemento que pueda contribuir a su alimentación. Para este ser humano tan integrado en la Naturaleza, las especies vegetales y animales están asociadas a fenómenos naturales. Así, la aparición de una estrella, de un ave, de una flor o de un insecto, significa que los peces remontan los ríos, que los reptiles van a afluir enseguida, que los tubérculos están a punto para ser arrancados, o que los frutos salvajes han madurado y, por tanto, se les puede recoger.
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