En el s. XI, el Próximo Oriente musulmán estaba desunido. Los fatimitas de Egipto dominaban Palestina, mientras que varios principados rivales se repartían el territorio de Siria. A ello se añadían las divisiones religiosas entre sunnitas y chiítas, y el peligro representado por la dudosa lealtad de las importantes minorías cristiana y armenia. Los soberanos musulmanes consideraron primeramente que los cruzados eran mercenarios de Bizancio. Después, y bajo la dirección de los turcos Ayyubíes, se produce una reacción religiosa contra los intrusos: el Islam proclama la guerra santa.
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