El Sol está constituido por un 80 por 100 de hidrógeno, que, a esa temperatura, se presenta bajo la forma de un núcleo llamado protón y de un electrón libre. A esa temperatura, todas las partículas se mueven a velocidades muy grandes, que permiten a los protones fusionarse en el momento de una colisión, cuando, normalmente, esas partículas se rechazan unas a otras bajo la acción de las fuerzas electromagnéticas, pues los protones están cargados positivamente. La fusión de los protones se traduce en la formación de núcleos de helio y va acompañada de la liberación de una gran cantidad de energía. Esta transformación no se produce más que en las regiones centrales del Sol, que no representan más que el 12 por 100, aproximadamente, de su masa total. Esta energía escapa del Sol, en forma de irradiación electromagnética: eso es lo que nos hace ver luminoso el Sol. Pero esa irradiación ha sufrido numerosas transformaciones en el trayecto de 700.000 Km que la ha llevado desde el centro del Sol hacia su superficie, y su observación sólo nos informa acerca de las capas más superficiales.
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