Pronto entró en violento conflicto con los representantes de la medicina académica, y comenzó también a enseñar. Después de haber insultado a un juez, lo que hizo pesar sobre él una amenaza de encarcelamiento, Paracelso abandonó el cantón de Basilea para emprender nuevos viajes a través de Europa, en el transcurso de los cuales meditó, escribió y se dedicó a la enseñanza. De manera particular frecuentó las ciudades balnearias, donde estudió los poderes terapéuticos ocultos que en ellas se manifestaban. Tan pronto rico, colmado de regalos por sus admiradores y amigos, como pobre, acosado por la justicia, los médicos titulares y los sabios a los que fulminaba con sus anatemas, Paracelso no llegó a establecerse jamás. Cuando escribió su gran obra teosófica, la Philosophia sagax, lo hizo respondiendo a una invitación del arzobispo de Salzburgo. En dicha ciudad murió el 24 de septiembre de 1541, después de haber legado sus bienes a los pobres. Paracelso fue un personaje de intenso colorido, muy aficionado a las francachelas. Místico más bien que creyente, no respetó ni a los católicos ni a los protestantes, y menos aún a las autoridades científicas oficiales. Su obra es considerable, y en ella trata tanto de alquimia, de astrología y de magia, como de cirugía, de medicina o de química. Por ello puede decirse que Paracelso fue el símbolo vivo de la medicina del Renacimiento, concebida no como un humanismo, sino como un campo de curiosidades ilimitadas.
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