Una aventura financiera y artística

Los «producers» de la gran época hollywoodense lo sabían bien: para hacer un filme, lo primero que se necesita son ideas. Por eso, todas las grandes firmas americanas hacían trabajar a ejércitos de guionistas. Un filme nace de una o de varias ideas, y una sinopsis esboza el contenido de un proyecto. Un guión lo desarrolla. A partir del guión, o de la continuidad dialogada, el productor se comprometerá o no a asegurar la producción del filme. Entonces se fija un presupuesto que determina el coste de la «fabricación» del filme. Sobre esta base, el productor organiza la financiación de la operación. En muchos países, esa financiación tiene varias fuentes virtuales (por otra parte, no muy compatibles): la aportación personal del productor (que en algùnos países está legislada en Francia, por ejemplo, debe representar el 15 por 100 del presupuesto), los préstamos bancarios a través de bancas más o menos especializadas (en España, el Banco de Crédito Industrial), los créditos concedidos por la rama técnica (a veces, un laboratorio, cuyos gastos son importantes en el presupuesto, puede conceder un crédito), los adelantos de los distribuidores que pueden ser elevados. (En algunos países los conceden las multinacionales extrajeras de distribución que ayudan con ellos a la realización de películas nacionales que tienen cupo exigido en la distribución), las ventas previas a la televisión, o la coproducción con ella (en España se firmó un acuerdo en 1979 para realizar algunas series en régimen de coproducción) y, por último, una ayuda del Estado, entregada a posteriori, consistente en un 15 por 100 de lo recaudado en taquilla por la película objeto de la ayuda.